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sábado, 6 de septiembre de 2008

Todo es culpa de los K

Los nuevos profetas del odio

Llaman populismo a toda medida que intente revertir las consecuencias nefastas que el ideario neoliberal ha sabido derramar por estas tierras.

Más aún, culpan a eso que llaman populismo, de todos los desastres que padeció y padece el país por las políticas que ellos implementaron (deuda externa, extrema pobreza, inseguridad, justicia burlada, etc).

Se empalagan con vacías premisas republicanas para impedir que se cumplan los derechos básicos de sus conciudadanos, sobre todo aquellos que le cambian la vida a los más desprotegidos.

Hablan de fascismo con una liviandad propia de quienes nunca se comprometen con la verdad y utilizan términos muy sensibles a nuestra trágica historia (persecución, censura, autoritarismo) para denigrar a un gobierno que hizo de la defensa de los derechos humanos una política de Estado.

Instalan sospechas infundadas en cada acción de gobierno para ocultar la ausencia de propuestas alternativas.

Hablan desde una verdad absoluta y una moral intachable que poco se condice con sus actos públicos y sus trayectorias.

Son los nuevos profetas del odio, esos a los que les irrita el éxito de un gobierno popular.

Son los mismos que hubiesen preferido el fracaso de las políticas de reactivación para solazarse con una nueva frustración colectiva y, de paso, anoticiarnos de que ya habían profetizado ese destino incierto.

Son los que se resisten a reconocer el carácter correcto de las decisiones políticas del gobierno, aún aquellas que habían considerado necesarias en su momento.

Son los que piden prudencia y moderación, pero cuando les toca actuar en público caen siempre en el más gratuito agravio y la continua descalificación.

Son los que apelan a la moralina barata y la pose indignada pero reproducen en sus filas lo peor de la política argentina, esa que nos llevó a la crisis de representación y el descreimiento colectivo.

Son los que se rasgan las vestiduras si 20 adolescentes toman ilegalmente una escuela de barrio, pero festejan cuando los nuevos ricos cortan todas las rutas del país también ilegal e inconstitucionalmente.

Son tan mentirosos e hipócritas, que hace 5 años que repiten que desean que al gobierno le vaya bien y tenga éxito, cuando no pararon de inventar falacias, catástrofes inminentes, negociados inexistentes y pronósticos siniestros que nunca sucedieron.

Son los mismos que, en nombre de la reconciliación y el futuro, pretenden condenarnos a un presente sin verdad y sin justicia.

Son los nuevos profetas del odio, los de este tiempo. Más chatos intelectualmente que aquellos, pero no por eso menos soberbios. Tan analfabetos para comprender los fenómenos populares, pero también más vulgares, más oportunistas y más patéticos.


Braga Menéndez

miércoles, 20 de agosto de 2008

La insoportable levedad de la oposición “progresista”


Les dejo un artículo interesante acerca de la triste oposición de nuestro país. Les recomiendo leerlo lentamente.

Nacieron como referentes mediáticos y no tienen otro ámbito de acción política más que el estudio televisivo o las declaraciones altisonantes en radio. Hablan (o denuncian) desde un lugar donde las palabras vuelan por el aire sin necesidad de anclaje alguno en la realidad. Se colocan siempre más allá de todo y de todos, y desde allí ponen en duda el comportamiento de aquellos que no están de su lado o no coinciden con sus críticas, siempre terminantes y apocalípticas. Son jueces implacables de la catadura moral y la pureza curricular de todo el mundo. Creen que un país se empieza a construir de golpe, con funcionarios transparentes, castos y puros. Todo lo que no les suene a absoluta y totalmente desinteresado, virginal e ingenuo, lo transforman automáticamente en pecaminoso, condenable y motivo de sospechas inapelables. Se creen cultos pero no saben de historia. Por dar un ejemplo entre miles: no saben que después de Caseros el país se pudo seguir construyendo (a los tumbos, sí) pero gracias al sostén de los vituperados y condenados caudillos rosistas. No saben de historia, o se empecinan en no entenderla o la interpretan para el lado de los tomates.

Por su origen y por el espacio de ideas que dicen ocupar, bien podrían convertirse en una usina de propuestas alternativas o complementarias. Pero no. Se empecinan en apelar a un estilo confrontativo de dudoso provecho para el debate político hasta convertirse en dueños de espacios testimoniales o de obstrucción parlamentaria que no superan los márgenes de la política. En algunos casos, ni siquiera pueden mostrar cómo sería un gobierno suyo en un distrito importante porque nunca han apuntado a la gestión, y no parecen tener intenciones de hacerlo. Se sienten mejor en su rol de opositores permanentes, de puristas abstractos que evitan cualquier tipo de compromiso con la coyuntura más acuciante. Pareciese como si la experiencia de la Alianza, de la que formaron parte en su mayoría, los hubiese dejado traumados.

Se dicen progresistas y hablan una y otra vez de la importancia de contar con instituciones consolidadas, pero encabezan partidos autocráticos que distan mucho de ser una fuerza política orgánica, con cuadros en ascenso, debate interno, una identidad clara o presencia creciente en el resto del país. Se dicen progresistas y hablan de república, pero reproducen los mohines de quienes más mancillaron la República. Se dicen progresistas y hablan de inclusión social, pero terminan haciéndoles el juego a los sectores más conservadores y reaccionarios, esos que nunca van a permitir un país justo y para todos. Y ahí están, repitiendo cíclicamente su historia.

Autor: Braga Menéndez